MAD , noticias Miércoles, 30 enero 2019

«Por aquí ya estamos grandecitos como para no tener un mínimo de empatía por un padre cuya hija desaparece»

Imagen: Gestión

A propósito de la desaparición de la hija del juez Concepción Carhuancho. Imagen: Gestión

Un sábado, cuando tenía 8 años, mi viejo me llevó a su oficina, en el Ministerio de Trabajo. Era asesor o algo. No sé por qué terminé allí. Imagino que no tenía dónde llevarme y que lo agarró una crisis porque los adultos tenían cara muy seria. En algún punto subimos a la oficina del ministro y solo recuerdo que mi viejo se metió al despacho. Había un huevo de gente dando vueltas.

Supongo que me encargó a alguien, nunca tan pastrulo, mi viejo. Él dice que sí, que obviamente. El caso es que cuando me aburrí y decidí volver a casa no había nadie para impedirlo. Un dato importante: yo vivía en una quinta en la primera cuadra de la calle Santa Cruz en Jesús María. El ministerio quedaba exactamente al final de esa calle, al otro lado de la Salaverry. Este es un dato que yo tenía claro, no pregunten por qué. Eran los 80, después de todo. A pesar de las bombas, las calles eran —o se sentían— más seguras; los niños acostumbrábamos explorar nuestros barrios.

Nunca había ido caminando hasta el ministerio pero sabía que solo tenía que seguir una línea recta por nueve o diez cuadras. Así que bajé por el ascensor, crucé Salaverry por la mitad de la cuadra, corroboré que la calle que partía de allí era Santa Cruz y seguí una línea recta hasta llegar a casa.

Ya tenía cierta sensación de aprehensión, algo no estaba bien en esta aventura.

Después tengo un vago recuerdo de mi madre ¿sorprendida? ¿asada? pero no me dijo nada ni me increpó. Aquí hay que dar otro dato importante: no teníamos teléfono en casa. Eran los 80, después de todo. El rin más cercano no funcionaba nunca. Así que mis viejos no podían comunicarse.

En mi siguiente recuerdo estoy en la sala, solo, esperando que vuelva mi papá, con la vaga sensación de haberla cagado. Aún sin entender lo que podía significar que el hijo de un asesor de un ministerio desaparezca en plena época del terrorismo, un sentido común básico me decía que, quizás, debí avisarle a alguien que me estaba yendo (pero me había ganado la timidez).

Esperé mucho, mucho tiempo. Tengo claro que volvió a casa por lo menos un par de horas después de lo que había dicho que volveríamos. El caso es que mi último flashback de ese incidente es la llegada de mi viejo. Cómo me alza en brazos sin sonreír ni enojarse, ni siquiera con alivio. Solo un abrazo. Años después le he preguntado sobre esta desaparición y lo único que consigo es que ponga la misma cara desencajada de cuando abrió la puerta y me vio esperándolo, pobre.

Imagen: Twitter

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Me ha venido a la cabeza este incidente por lo del juez Carhuancho. Porque he visto gente riéndose de la situación. Imagino que no son padres. Yo tampoco lo soy ni lo seré pero todos hemos sido o somos hijos y creo que por aquí ya estamos grandecitos como para no tener un mínimo de empatía por un padre cuya hija desaparece, aunque sea unas horas. Ni siquiera hay necesidad de ponerse en los zapatos de otro. Solo recuerden cuando sus propios zapatos eran más pequeños.