MAD , metaperiodismo Domingo, 21 febrero 2016

El péndulo de Umberto Eco

Me encanta el detalle de la máquina de escribir con la S. Imagen: Álvaro Portales

Usualmente trato de no escribir nada cuando no tengo nada nuevo qué decir. Pero esta vez será una excepción. Todo el mundo anda escribiendo sobre la muerte de Umberto Eco y quizás cada uno de los múltiples aspectos de su inagotable legado está siendo escrutado en distintos rincones de Internet.

Pero, con suerte, esto lo estará leyendo alguien no tan familiarizado con el hombre que lo sabía todo, como lo llamó ayer La Reppublica de Italia. Y, con más suerte, se animará a leer algo de Eco, un autor tan importante para mí, mis convicciones, mi trabajo, que incluso tiene un lugar privilegiado en el manifiesto de principios de este blog. Así que, a pesar de no tener nada nuevo qué decir sobre Eco, igual voy a escribir esto porque necesito explicarme a mí mismo por qué su muerte me ha impactado tanto.

Mi experiencia con Eco es idéntica a la de varios universitarios promedio: Cuando eres cachimbo a todos nos hacen leer «Cómo se hace una tesis» (salvo que seas Acuña) y allí te engancha el estilo. Después escuchas hablar de «El nombre de la rosa» y te ves la película o lees el libro o, con suerte, disfrutas ambas versiones de esa extraña historia en la que un Sherlock Holmes medieval se enfrenta a los asesinatos cometidos por (SPOILER ALERT) una versión en monje de Borges que pretende evitar –y lo consigue– que la humanidad acceda al legendario tomo de la Poética de Aristóteles dedicado a la comedia. Y, luego de eso descubres que el mismo sujeto que alucinó esa novela también escribió el libro que necesitas para justificar académicamente tu interés voraz en los cómics: «Apocalípticos e Integrados«.

Cuando vives en la burbuja universitaria, Eco es indispensable para bajar a tierra. Para apreciar todo el espectacular potencial de la comedia y para entender que la siempre menospreciada cultura de masas también era capaz de producir magníficas obras de arte, para el que las quisiese ver. O, como él mismo dijo, «no es que sea un fundamentalista que diga que no hay diferencias entre Homero y Walt Disney. Pero Mickey Mouse puede ser perfecto de la misma forma que lo es un haiku japonés«.

Pero cuando sales a la calle –especialmente si tu trabajo requiere precisamente de entrar en contacto con la cultura de masas o, peor aún, ser parte de su mecanismo– Eco debería resonar en sentido opuesto. Porque tu chamba no sólo consiste en ganar calle y afinar oficio, sino también en interiorizar y respetar el trabajo intelectual que se ha producido al respecto.

Suele suceder en el mundo de los medios peruanos que nos cruzamos con críticas absolutamente snobs a su producción, con argumentos, o más bien alegatos, de pretendida superioridad cultural, que sólo causarían hilaridad y compasión en Eco. Y también, en el Perú, suele suceder que muchas figuras mediáticas de la prensa son personas que jamás han hecho calle, que se convierten en cabezas parlantes de los medios únicamente a causa de sus apellidos, sin haber siquiera cruzado la Javier Prado (salvo para, horror, ir a trabajar a sus medios) y cuya única coartada para justificar su presencia son algunos grados académicos (que, por supuesto, nunca se consiguieron en el campo de las comunicaciones).

A veces creo que estos dos fenómenos han alejado al grueso de reporteros de cualquier elaboración intelectual sobre nuestro trabajo. Y así se ha ido construyendo la sensación de que el mundo académico se asquea ante el quehacer diario de los medios. Ojo: no quiero decir que no deba existir una relación crítica entre ambos (que debería ser de ida y vuelta). Sino que existe un prejuicio, una cerrazón: son dos mundos que no conectan nunca, salvo para despreciarse mutuamente. O cuando queremos que Cotler nos diga quién va a ganar las elecciones.

Y aquí quiero regresar a Eco y a lo que podemos tomar de él. Hace unos años, cuando empezamos a plantearnos relanzar el útero, había un problema: entre inicios de 2009, cuando el blog entró en receso, y finales del 2013, cuando se inició el relanzamiento, los hábitos de lectura en red habían cambiado radicalmente. Era otro mundo. Había que investigar este nuevo mundo y, entre otros, recurrimos a Eco.

La utopía de un mundo mejor gracias a la popularización de Internet aún andaba en boga y, para entonces, Eco ya lo advertía: «Internet es un peligro para el ignorante porque no filtra nada«, dijo. Exigía que la prensa no solo se ocupara del «mundo real», sino también «que sepa analizar y criticar lo que aparece en Internet hoy tendría una función, y a lo mejor incluso un chico o una chica jóvenes lo leerían para entender si lo que encuentra online es verdadero o falso«. Poco después diría, en una muy mal citada frase, que «Internet es la invasión de los idiotas«.

Algunos acusaron a Eco de haberse convertido en uno de los apocalípticos que criticaba. Que el péndulo se había ido hacia el otro extremo. Pero no habían entendido. Eco siempre fue fiel a su propia rigurosidad. Se había dado cuenta de que Internet necesita, más que nunca, al periodismo, entendido éste como un filtro entre lo que resulta banal y lo que es no sólo verdadero, sino importante. Que, en medio del mar de información (o, mejor dicho, de contenido) de todo tipo, se necesita un grupo de personas que orienten al navegante promedio y que sepan discriminar qué informaciones deben destacarse. Por eso es que, el año pasado, en plena decadencia de la prensa gracias a Internet, sacó un libro ambientado en 1992, cuyo tema principal era el periodismo. Los críticos y las reseñas destacaron la exposición de las miserias y decadencia del periodismo, pero el libro era, también, un fuerte alegato a favor de sus posibilidades.

(Por cierto, Eco seguía teniendo aversión a la exclusividad del acercamiento erudito al conocimiento. Ya para entonces destacaba la necesidad casi inherente de los seres humanos por categorizar todo en listas, que por algo son, ahora, uno de los formatos favoritos de las webs de contenidos).

Eco fue un intelectual de las masas y también un obrero de la intelectualidad. Todos los que trabajamos en los medios deberíamos tenerlo como cabecera. No solo para aprender a valorar nuestro propio trabajo, sino también para poder cumplir con solvencia nuestro rol ante la gente. Con la misma humildad, tanto académica como mediática, que tuvo Eco a la hora de enfrentar su trabajo. Cada vez que creas que un tema importante es demasiado árido como para que sea consumido y asimilado por la mayoría, recuerda que Umberto Eco consiguió convertir una novela sobre disquisiciones filosóficas medievales en un best seller.

Pero, claro, algo así solo se consigue leyendo. Como sostuvo él mismo sobre los libros, podríamos decir que Umberto Eco no se le homenajea dejándolo en paz, convirtiéndolo en una estatua inaccesible, sino leyéndolo. Por eso aquí les dejo unos enlaces, para comenzar:

– La entrevista más completa que he leído a Eco, la realizó el Paris Review en el 2008.

– Si les interesa más el rollo de Eco sobre Internet, el gran Carlos Scolari tiene un muy sentido post sobre este aspecto de su legado.

– Una buena selección de libros y escritos gratis de Umberto Eco, para descargar.