MAD Lunes, 28 noviembre 2016

Los 6 mejores obituarios de la prensa internacional sobre Fidel Castro

Los obituarios son, en sí mismos, casi un género literario. Cualquiera que haya pasado por una redacción de prensa sabe que, en algunos casos notables, son redactados con anterioridad y luego archivados tétricamente hasta que llegue el momento en el que piden ser utilizados.

El problema –o, mejor dicho, la ventaja– de haber escrito un obituario de Fidel Castro es que su muerte se venía anunciando regularmente desde 1956.

Esto convierte a los obituarios de Fidel Castro en los textos más corregidos, actualizados y pulidos de la historia del periodismo. Claro, con excepciones notables, como la de CNN:

Así que, aprovechando las lluvias de estos días por aquí, me he pasado el fin de semana leyendo los obituarios de Fidel publicados en la prensa mundial. Son textos únicos, trabajados a lo largo de los años, en los que se puede sentir la lucha interna del autor por mantener el equilibrio sobre un personaje tan complejo y, literalmente, larger than life.

He elegido seis de ellos, algunos breves, otros enciclopédicos, todos notables por sus detalles o los ángulos que abordan o simplemente por la eficiencia de su prosa. En algunos casos están escritos desde la inconfesable admiración y, otros, desde debajo de un sombrero que se levanta para despedir a un adversario. Aquí van:

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Anthony DePalma, corresponsal del New York Times y autor de «El hombre que inventó a Fidel«, es quizás la estrella de esta selección. Su detalladísimo texto en inglés tiene una versión en español resumida, que es la que enlazamos al final. Me gusta mucho cómo el texto reconoce las idas y venidas del mismísimo Times en la relación entre Castro y los EEUU. Un extracto:

Durante muchos años, Castro concedió cientos de entrevistas y conservó la capacidad de hacer que la pregunta más comprometedora siempre estuviera a su favor. En una entrevista de 1985 efectuada por la revista Playboy, le preguntaron a Fidel qué respondía a la descripción del presidente Ronald Reagan de él como un dictador militar despiadado.

“Vamos a pensar en su pregunta”, dijo Castro jugando con su entrevistador. “Si ser un dictador quiere decir gobernar por decreto, entonces podría usar ese argumento para acusar al papa de ser un dictador”.

Y así devolvió la pregunta a Reagan: “Si su poder incluye algo tan monstruosamente antidemocrático como la capacidad de ordenar una guerra termonuclear, les pregunto yo: ¿Quién es más como un dictador: el presidente de los Estados Unidos o yo?”.

Lee el obituario (resumido en español) del New York Times aquí.

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Richard Gott, historiador británico y corresponsal de The Guardian en América Latina, legendario por haber ayudado a la identificación del cuerpo del Che Guevara en Bolivia. Tradujimos un extracto de su largo obituario:

Castro era un héroe sacado del molde de Garibaldi, un líder nacional cuyos ideales y retórica cambiarían la historia de países lejanos a los suyos. América Latina, gobernada en su mayor parte en la década de 1950 por las oligarquías heredadas de la época colonial, de terratenientes, soldados y sacerdotes católicos, fue súbitamente puesta en el centro de atención global, y sus gobiernos desafiados por el guantazo revolucionario lanzado por la república isleña. A favor o en contra, toda una generación latinoamericana fue influenciada por Castro.

Cuba bajo Fidel era un país donde el nacionalismo nativo era al menos tan significativo como el socialismo importado, y donde la leyenda de José Martí, poeta patriota y organizador de la lucha del siglo XIX contra España, fue siempre más influyente que la filosofía de Karl Marx . La habilidad de Castro, y una de sus claves para su longevidad política, consistía en mantener interminablemente en juego los temas gemelos del socialismo y el nacionalismo. Le devolvió al pueblo cubano su historia, con el nombre de su isla estampada firmemente en la historia del siglo XX. Esto no fue un logro mediocre, aunque a principios de los años noventa, cuando el colapso de la Unión Soviética redujo la economía cubana con un golpe, la vieja retórica había comenzado a desgastarse.

Lee el obituario (inglés) de The Guardian aquí

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Durante casi dos décadas, Mauricio Vincent fue el corresponsal de El País en La Habana. Atacado tanto por los exiliados cubanos como por el oficialismo (que finalmente le quitó la autorización para ejercer la corresponsalía, en el 2011). Un extracto:

Durante medio siglo Fidel gobernó la isla a golpe de discursos y utilizó masivamente la televisión para lograr el respaldo popular, un tesoro político que administró con la misma habilidad con que se deshizo de sus enemigos en el momento más conveniente y con que se sirvió de sus aliados para montar un sistema político a su medida, en el que el Ejército y el Partido Comunista fueron los pilares de su poder.

Uno de sus buenos amigos, el premio nobel colombiano Gabriel García Márquez, escribió de él una vez que “su devoción por la palabra” era “casi mágica”. “Tres horas son para él un buen promedio de una conversación ordinaria. Y de tres horas en tres horas, los días se le pasan como soplos”, señaló Gabo. La aparente desmesura de la descripción no es tal, ni mucho menos. Cualquier político extranjero que lo haya tratado puede atestiguarlo, y no digamos los millones cubanos de cualquier edad que han debido dedicar miles o decenas de miles de horas de su vida a escuchar las alocuciones y arengas del comandante.

Lee el obituario de El País aquí

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Los artículos de The Economista nunca llevan firma, pero la revista faro del liberalismo mundial se lució particularmente en este texto sobre el último comunista. Un extracto de un texto muy inglés:

Le dio a los cubanos educación y servicios de salud a nivel del primer mundo, sin importarle el costo de estos a la economía. Pero no ofreció ni oportunidad ni prosperidad, y menos aún libertad. Los disidentes se enfrentaron a una sombría elección: la peligrosa travesía a Florida, o las sombrías prisiones del gulag cubano. La mayoría eligió el silencio. Eventualmente, el señor Castro abriría una válvula de seguridad, dejando que los que pudieran provocar problemas se fueran al extranjero.

Fidel fue el líder inspirador, el hombre de acción, el estratega maestro, el obsesivo control freak que microadministraba todo, desde la preparación contra un huracán hasta la cosecha de papa. Era, sobre todo, incansable. En maratónicas sesiones, que a menudo comenzaban después de la medianoche y duraban hasta después del amanecer, interrogaba a los visitantes sobre cada faceta de la situación política en sus países. Le encantaban los detalles: las estadísticas de la producción de alimentos en cada provincia cubana o las propiedades de las arroceras eléctricas chinas. Los almacenaba en su cabeza para luego recitarlos en esos interminables discursos.

Lee el obituario de The Economist aquí

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Jon Lee Anderson es quizás el periodista norteamericano que más ha recorrido América Latina. Ha entrevistado a todos, desde Pinochet a Chávez y, por supuesto, a Fidel. Su libro Che Guevara: A revolutionary life, es imprescindible. Principalmente escribe para la sofisticada New Yorker, de donde tomamos este extracto:

La alusión de Fidel a su propia muerte [en un discurso luego de la visita de Obama] era significativa: era algo que rara vez había discutido públicamente antes . Durante las décadas en que estuvo en el poder, desde enero de 1959, cuando expulsó al dictador Fulgencio Batista, hasta su renuncia, hace ocho años, los cubanos habían ocultado el tema con eufemismos como «inevitabilidad biológica«. Fidel, más que cualquier otro líder político en la memoria reciente, tenía la estatura de un mito vivo en su propio país. Durante muchos años, los cubanos lo consideraban cercano a la inmortalidad.

Fidel estuvo en el escenario central de los acontecimientos mundiales por una extraordinaria cantidad de tiempo. Se apoderó del poder en la era de Dwight Eisenhower y permaneció allí hasta el segundo mandato de George W. Bush. Ha muerto en los últimos días de la presidencia de Barack Obama, el primer presidente estadounidense que, en todo ese tiempo, ha viajado a La Habana, en un evento que tuvo lugar después de que él y Raúl negociaran un avance diplomático en 2014. Fidel no se reunió con Obama cuando llegó a Cuba y la visita del presidente americano fue, en cierto sentido, la prueba final de que la era de Fidel había terminado verdaderamente.

Lee el obituario del New Yorker aquí

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Para el final dejo una de las mejores de esta selección. Teniendo en cuenta que Fidel, sin quererlo, creó a Miami tal como la conocemos ahora, es aún más interesante leer lo que tenía que decir el Miami Herald. Dos extractos del imperdible texto de Glenn Garvin:

Millones de personas aclamaron a Fidel Castro el día que entró en La Habana. Millones más huyeron del estado policial represivo del dictador comunista, dejando atrás sus posesiones, sus familias, la isla que amaban y, con frecuencia, sus vidas. Que muchas personas hayan pertenecido a ambos grupos es parte de la paradoja que fue Castro.

Pocos líderes nacionales han inspirado una lealtad tan intensa o un sentimiento tan desgarrador de traición. Pocos encendieron tanto los corazones de la juventud inquieta del mundo, como lo hizo Castro cuando era joven, y pocos parecían tan irrelevantes como Castro cuando era viejo: el último comunista, aferrándose a esa esquina vacía y decrépita en la que se convirtió Cuba bajo su poder.

Ocupó un lugar único entre los líderes del mundo del siglo pasado. Otros tuvieron mayor impacto o ganaron más respeto. Pero ninguno combinó su personalidad dinámica, sus décadas en el poder, su profundo efecto en su propio país y su papel provocador en los asuntos internacionales.

[…]

Acabó con la dominación estadounidense de la economía de la isla, barrió el viejo sistema político y el ejército tradicional, nacionalizó grandes y pequeñas posesiones de tierras y trajo reformas en educación y salud.

También fue un dictador despiadado, el Líder Máximo que renegó de su promesa de elecciones libres, ejecutó a miles de opositores, encarceló decenas de miles, instaló un régimen comunista e hizo de su isla un peón en la Guerra Fría. Su alianza con la Unión Soviética llevó al mundo al borde de la guerra nuclear en 1962.

La crisis de los misiles cubanos no fue ni la primera ni última confrontación de Castro con Estados Unidos, aunque ciertamente fue la más épica. Ningún otro individuo ha atormentado más (o más tiempo) a Washington. A los 12 años, Castro escribió a Franklin Delano Roosevelt, felicitándole por su tercera toma de posesión como presidente e imprudentemente pidiéndole un dólar. Cuando tenía 35 años, dos presidentes americanos habían dedicado una cantidad considerable de tiempo y esfuerzo en intentar matarlo.

Lee el obituario del Miami Herald (en inglés) aquí

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¿Y en Perú?

En Perú tuvimos esto:

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Esto es real. No photoshop.

Mentira. No sólo tuvimos esto.

También tuvimos el breve semblante de our own Andrés Paredes, autor de nuestra sección internacional «Tierra Uno«, que, personalmente, firmo en cada línea. ¡Hasta La Victoria, por Jesús María!